Hoy compartimos información útil sobre un comestible que no ha estado presente en la mesa hasta el siglo XIX. Sus efectos nocivos van mucho más allá de la caries dental.
Nuestra salud la determina el equilibrio con el entorno, lo que nos rodea, y la principal relación que establecemos con él es la comida.
Por eso, la forma en que afrontamos los desafíos de la vida está directamente relacionada con lo que comemos, la elección de los alimentos depende de nosotros y los factores externos, muchas veces, nos vienen impuestos. Nuestro poderío físico, equilibrio emocional y mental están condicionados de forma determinante por lo que comemos.
El azúcar, ese polvo blanco…
Muchos de nosotros, ya desde el nacimiento, hemos conocido en nuestra mesa el azucarero: un recipiente lleno de un granulado blanco con una cucharita dispensadora. Esta convivencia natural ha permitido que no nos hayamos preguntado acerca de él.
El azúcar que consumimos procede de la remolacha o de la caña, y se obtiene tras un largo procesamiento que da como resultado un producto muerto que es cien por cien sacarosa: un comestible refinado que no existe en la naturaleza.
Para comprender la magnitud de los efectos del azúcar diremos que, en 1910, el consumo en nuestro país era de 2 kilos por persona y año y, en la actualidad, ronda los 70 kilos.
Su metabolismo
El azúcar, al ser un producto refinado carente de vitaminas, minerales y oligoelementos, para ser metabolizado roba esas sustancias de la reserva alcalina de nuestro cuerpo.
En condiciones de salud nuestro medio interno debe ser alcalino, sin embargo, el balance metabólico del azúcar es acidificante, de modo que órganos como el cerebro, los riñones y los huesos tienen que utilizar los minerales de reserva para neutralizar esa acidez. El resultado es la desmineralización que se observa, principalmente, en los huesos y la dentadura.
En condiciones de acidosis sobrevienen, además de la descalcificación, el cansancio, tanto físico como mental, y muchos otros desórdenes como veremos a continuación.
El comportamiento en montaña rusa
Cuando tomamos azúcar sentimos una reacción de bienestar, de euforia, producida por una elevación del nivel de glucosa en la sangre. El efecto de esa subida de energía es como el de los fuegos artificiales, un fogonazo que dura escasamente unos instantes, ya que a continuación el páncreas produce gran cantidad de insulina para bajar el nivel de glucosa al rango de equilibrio. Es entonces cuando sentimos el bajón, con la consiguiente reacción de ansiedad y malestar, que nos lleva de nuevo a tomar más azúcar.
De este modo nuestro estado de ánimo oscila entre la euforia y la depresión, entre la subida y la bajada, como si de una montaña rusa se tratase.
En esta situación, en vez de ser capaces de controlar nuestro estado de ánimo, ocurre a la inversa: es él quien nos controla, creando una dependencia del azúcar, como en cualquier otra adicción, para sentirnos bien.
Más sobre el comportamiento
Entre los efectos del azúcar, además de la falta de control sobre nuestro estado de ánimo, están: la depresión, falta de rendimiento escolar, síndrome del déficit de atención, etc. Podemos comprobar estas afirmaciones prescindiendo del azúcar completamente y observando cómo desaparecen nuestros miedos, depresiones…
Otros efectos
Como el azúcar se almacena en forma de grasa en nuestro organismo y su consumo es tan elevado en la actualidad, se ha convertido en uno de los productos que más predispone a las enfermedades cardiovasculares como angina de pecho, trombosis, infarto, etc.
Hay estudios que muestran cómo la capacidad defensiva de los leucocitos disminuye cuando tomamos azúcar; dicho de otro modo, el azúcar baja las defensas.
Lo dulce: el sabor universal
Cuando algunas campañas publicitarias decían hace unos años que el cerebro necesita azúcar, se estaba haciendo una tergiversación intencionada para vender la sacarosa refinada.
Azúcar es una palabra genérica que se utiliza tanto para referirse a la glucosa proveniente de los alimentos integrales y biológicos, como a la proveniente de un polvo blanco que no ha existido en la naturaleza hasta el siglo XIX: la sacarosa.
Si el azúcar fuese necesario para el cerebro, ¿cómo han destacado las grandes figuras de la historia: los médicos de la antigüedad, artistas de renacimiento, científicos del pasado… que no tomaron jamás azúcar?
Es obvio que el cerebro necesita azúcar; de hecho, se trata del órgano que más glucosa consume en relación a su peso. Es el combustible del cerebro, músculos, corazón, etc., pero debe provenir de los cereales integrales debidamente masticados, verduras naturalmente dulces como cebollas y zanahorias, frutas neutras, pasas o compotas. Los alimentos completos contienen, además de glucosa, los elementos protectores imprescindibles para su correcto metabolismo: vitaminas, minerales y oligoelementos.
Continuará en el post: ¿Sustituir el azúcar?