Beber es un gran placer

El ser humano es el único animal que bebe cuando no tiene sed. Bebemos para socializar, para depurar… pero ¿cuánto y qué debemos beber?

Lo que nos mueve a beber debería ser calmar la sed, pero ¿realmente tenemos sed o hemos creado unos hábitos muchas veces no muy bien fundados respecto a las necesidades de líquidos?

Vivimos en una sociedad que bebe, y bebe mucho, yo diría demasiado. Hoy vamos a analizar el consumo de agua, refrescos y alcohol.

El agua

El agua es la base de la vida. En nuestro organismo es el elemento más importante ya que representa el 70 % de la composición corporal. Por eso, nuestra salud dependerá de las características del agua que consumamos, sin ninguna duda. La calidad y la pureza del agua condicionan las reacciones químicas del metabolismo.

Hay muchas personas, médicos incluidos, que recomiendan beber hasta dos litros de agua al día porque, según dicen, es muy buena para limpiar el cuerpo de toxinas, incluida la piel. Personalmente opinamos que este planteamiento es producto de una visión fragmentada de la vida y desconectada de lo que es la armonía en el cuerpo humano. Evidentemente el agua arrastra sustancias o partículas, pero aquí más que nunca debemos aplicar el criterio de que no es más limpio el que mucho limpia sino en que poco ensucia.

Sin ninguna duda, el riñón es algo más que un simple colador, es un filtro activo que, como cualquier sistema biológico, está preparado para filtrar una determinada cantidad de líquido que tiene que ver con las necesidades del metabolismo celular. Beber sin sed fatiga al sistema renal.

Cualquier persona no iniciada puede suponer qué ocurre cuando un órgano es sometido a un esfuerzo continuado durante años, rebasando su ritmo fisiológico, sin tener en cuenta, además, que junto con el agua de bebida entran en el cuerpo grandes cantidades de toxinas consideradas normales en nuestra sociedad.

El agua potable está exenta de microorganismos, desinfectada, y eso evita que podamos morir poco después de beberla. Lo que no se elimina con la potabilización por no ser rentable económicamente, son los detergentes, abonos químicos, insecticidas, aluminio, cobre, zinc, plomo, selenio, cromo, flúor, mercurio, radiactividad…que están presentas en el agua y que poco a poco nos los vamos bebiendo. Casi nunca se tiene en cuenta que el agua es el disolvente universal, de ahí su capacidad de contener todo tipo de solutos.

Estos componentes, si bien no matan inmediatamente, van haciendo mella en nuestra salud mediante su acumulación en nuestro cuerpo. De todo esto se desprende que el agua ejerce un papel fundamental sobre nuestra salud e interesa que nuestro cuerpo la reciba con sus cualidades naturales, es decir, agua trabajada por la naturaleza, ya sea procedente de agua de manantial o de pozo, o en forma de verduras y/o frutas.

La alternativa al agua del grifo sería la embotellada y/o la filtrada, tanto para beber como para cocinar.

Con este discurso no pretendemos crear alarma y que penséis: ¡Ya ni el agua podemos beber! Lo que queremos es invitaros a reflexionar acerca de lo que son las necesidades reales de líquido y que al igual que contemplamos la calidad de los alimentos que tomamos cada día, el agua que bebemos también tiene que ser saludable.

Es el propio cuerpo con su sensación de sed el que nos indica cuánto tenemos que beber. Esto depende de varios factores: de la cantidad de sal que tomamos en nuestra dieta y de la cantidad de vegetales, que contienen mucha agua. También debemos tener en cuenta la transpiración de cada persona. Así, no podemos establecer una regla fija. La sed es un buen indicador.

Igual que no dormimos cuando no tenemos sueño no debemos beber cuando no tenemos sed. Y si nos vamos a hidratar lo haremos con agua de calidad, siempre de débil mineralización y si es posible nunca del grifo.

Los refrescos

Otro gran grupo de bebedores después de los que toman agua sin tener sed, es el de los adolescentes, grandes consumidores de refrescos. Los productos que se consumen actualmente no tienen nada que ver con la horchata, la zarzaparrilla o los zumos de frutas elaborados artesanalmente por nuestros abuelos.

Estas bebidas se tomaban casi exclusivamente en verano, lo cual es perfecto porque la función de los refrescos es esa, la de refrescar. Los productos actuales se consumen en todas las épocas del año y, lo que es más grave, fríos y con hielo.

Nos preguntamos: ¿realmente hemos perdido la noción del significado del frío y el calor como forma de armonizarnos con el ambiente? Si en invierno nos ponemos prendas de lana e impermeabilizadas para mantener el calor interno frente a las inclemencias meteorológicas, ¿cómo es que nos refrescamos con zumos, gaseosas y bebidas de cola?

Los refrescos artificiales son un cóctel a base de gas, azúcar y productos químicos. No sabemos si la actual legislación determina o limita el máximo de azúcar en estos productos. Pero observamos que hay marcas que se anuncian «sin azúcar” y llevan como sustituto algunos edulcorantes que muchas veces son más peligrosos que el propio azúcar.

En cuanto al azúcar, para poder metabolizarlo el organismo debe utilizar sus reservas de vitaminas del grupo B, además de calcio y magnesio: por eso decimos que es un gran desmineralizador. Como todos los alimentos refinados, sólo nos proporciona calorías vacías.

El azúcar es un comestible que, además, provoca otros efectos que desaconsejan su consumo como acidez de estómago y gran adicción. Esto último sobreviene de la asimilación rápida por el organismo que, a la postre, puede desencadenar hipoglucemias reaccionales; es lo que se conoce como ansiedad por lo dulce.

Sobre los ciclamatos y sacarinas, se ha escrito largo y tendido acerca de sus efectos cancerígenos. Lo mismo que acerca de la quinina a la que muchas personas reaccionan alérgicamente y la cafeína que, aunque en pequeñas dosis, activa el metabolismo y acelera el pulso y la respiración, más tarde provoca un descenso en la concentración y capacidad de acción del organismo.

Una lata de bebida de cola contiene siete cucharaditas de azúcar y el contenido en cafeína de tres latas equivalen a una gran taza de café. Hay adolescentes que beben más de un litro de refresco al día…

Otro gran grupo de sustancias que entran en la composición de los refrescos son el ácido fosfórico, que es nocivo para el correcto funcionamiento del sistema nervioso y especialmente el de los niños y los conservantes E-210 y E-211 que pueden originar urticaria y asma si se toman con los colorantes que suelen ir acompañados.

Es interesante por tanto “refrescarnos” cuando realmente hace calor y hacerlo con bebidas menos sospechosas y como decíamos antes, respetando nuestra sed.

El alcohol

El tercer grupo de bebedores es el de los que “van de vinos” cada tarde de tasca en tasca. De los efectos del alcohol no vamos a hablar porque, desgraciadamente, las secuelas del alcoholismo las conocemos todos. Queremos hablar de algo que para algunos será nuevo y les podrá hacer comprender por qué a veces el vino no les sienta bien. Se trata de los conservantes derivados del azufre que usan en la elaboración de los vinos: los sulfitos. La legislación de centroeuropea es mucho menos permisiva en la adición de estas sustancias que la de los países del mediterráneo.

Los sulfitos permiten conservar el vino a largo plazo. Además del dióxido de azufre, los fabricantes suelen añadir ciertas cantidades de ácido sórbico que produce a veces graves alergias. Existe la posibilidad de que tras la ingestión de productos azufrados aparezcan síntomas de envenenamiento agudo, tales como vómitos, cefaleas y diarreas. Debido a los vómitos es muy difícil que acontezca la muerte por envenenamiento agudo por dióxido de azufre, pero es mucho más peligroso el envenenamiento crónico provocado por un consumo cotidiano.

Las sales de azufre suprimen de nuestro organismo la vitamina B1, por lo que los bebedores de vino tienen un déficit crónico de la misma. Esto lleva a alteraciones funcionales del sistema nervioso, del estómago y los intestinos y del metabolismo basal.

Respecto a los límites de sulfitos tolerables, es curioso comprobar que para los vinos el límite es cuatro veces más alto que en las mermeladas. Pensemos en la arbitrariedad con que se fijan estos valores.

Los que vivimos en las ciudades nos damos cuenta cómo cada día aumenta el número de bares y cómo crece progresivamente el consumo de alcohol y bebidas estimulantes. La concurrencia de los bares no es un simple fenómeno de la estadística social, sino uno de tantos indicios de la tremenda crisis que amenaza a la especie humana. La gente bebe sistemáticamente cuando está cansada o triste, bebe para calmar la ansiedad… para llenar su vacío interior. Nada que ver con calmar la sed.

Tomemos bebidas saludables cuando tengamos sed y hagamos un uso moderado de aquellas que forman parte de nuestra cultura y de la vida social.

 

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