La evolución de la cociencia

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Hoy quiero compartir con vosotros una reflexión profunda acerca de lo que representa la experiencia de vivir, tener una vida plena, crecer… o por el contrario, llevar una vida sin sentido, una vida de sufrimiento, de confrontación, de enfermedad…

Es importante, para cada uno de nosotros, formarnos una visión clara de lo que queremos ser en la vida y perseguirlo con determinación, sabiendo que de vez en cuando el camino será tortuoso. Desde el mismo momento de la concepción, nuestro desarrollo individual, igual que un huevo fecundado que madura, sigue un esquema definido conforme al proceso de la evolución.

La creación y el desarrollo de la conciencia forman parte de un proceso que se puede designar como la espiral de la vida.

Si nos fijamos en el crecimiento físico, observamos tres etapas bien diferenciadas de siete años cada una.

La primera, que tiene su inicio al nacer, termina cuando se nos caen los dientes de leche y comienzan a aparecer los definitivos; a los siete años aproximadamente. Antes se decía que a esa edad uno tenía «uso de razón». La siguiente etapa culmina con la maduración sexual, a los 14 años aproximadamente y la tercera finaliza con la aparición de las llamadas muelas del juicio, a los 21 años, cuando se alcanzaba la mayoría de edad.

Vemos cómo el número siete está íntimamente ligado a la vida humana: desde la proporción entre la cabeza y el cuerpo que es de 1/7, a la relación Na/K en la célula que también es de 1/7, pasando por la proporción de carbohidratos/proteínas en la leche materna que es de nuevo de 1/7, etc.

De modo que de los cero a los siete años predomina el desarrollo físico, de los siete a los 14 comienzan a desarrollarse los aspectos más emocionales y de relación con el entorno y de los 14 a los 21 predominan los aspectos más intelectuales y sociales.

Si hablamos del crecimiento espiritual observamos cómo el sistema nervioso evoluciona ampliando el campo de percepción en una espiral de conciencia sin fin. A las diferentes etapas de esa evolución las denominaremos juicios.

Como no podía ser de otra forma, en este desarrollo también observamos siete etapas bien diferenciadas: los siete niveles de juicio.

1. Juicio mecánico

Es la expresión utilizada para describir “la conciencia” de las interacciones bioquímicas que comienzan en el momento mismo de la concepción.

Se puede decir que el juicio mecánico representa la conciencia del DNA. El proceso de existencia humana en sus niveles más elementales está químicamente contenido en el óvulo y en el espermatozoide. La actividad que tiene lugar durante el periodo embrionario es, en el sentido real del término, lo que nosotros somos.

En términos de realidad biológica, es el periodo más importante y más vulnerable de nuestra existencia. Durante los nueve meses de la gestación se recapitulan todos los procesos de la evolución, de modo que comenzamos siendo una única célula: el zigoto.

A continuación, en las fases de la mórula y la blástula, somos algo semejante a un invertebrado y cuando el embrión se transforma en feto, seríamos el equivalente a un pez que «nada» en el líquido amniótico. El nacimiento representaría la fase anfibia, en la que la vida sale del mar y coloniza la tierra firme. Posteriormente acontece la etapa de gateo que la podemos comparar con la fase de reptil, etc.

Durante este periodo embrionario, nuestro crecimiento y desarrollo es efectuado por operaciones automáticas y mecánicas que podemos llamar juicio ordinario o básico de nuestra vida.

2. Juicio sensorial

Comienza a manifestarse ya durante el periodo embrionario; empezamos a captar información sensorial aunque sea de forma limitada. La sensibilidad del feto se va haciendo cada vez más aguda, hasta el punto de percibir vibraciones sonoras que provocan respuestas en forma de movimientos. La percepción sensorial crece según grandes líneas que van cada vez más lejos del cuerpo, y así conseguimos recoger una información progresivamente más fina.

De modo que el tacto y el gusto nos ponen en contacto con realidades tangibles, próximas. El olfato nos permite percibir sustancias que son transportadas por el aire a distancia. Por último, el oído y la vista hacen que percibamos las vibraciones más lejanas.

El juicio sensorial concierne esencialmente a la creación y obtención de placer, nos ayuda a relacionarnos con ambientes diversos y se extiende a deseos como el hambre, el dolor, el frío, etc.

3. Juicio emocional

Más allá del desarrollo sensorial aparece el mundo de las relaciones emocionales. Al principio, las satisfacciones emocionales están muy unidas a las sensoriales, como en el caso de la lactancia-placer-nutrición, o del alimento-calor-seguridad, etc.

Mientras que los juicios mecánico y sensorial son más interiorizados, el juicio emocional nos permite empezar a expandir una red de  relaciones con los otros, con la sociedad. No olvidemos que la educación de las emociones comienza en el estadío pre verbal. Este juicio contempla, con sentido distintivo, la belleza y la fealdad, lo agradable y lo desagradable, el amor y el odio, etc.

4. Juicio intelectual

Representa un puente entre los primeros desarrollos más interiorizados del juicio y los niveles más elevados de realización personal. Es un juicio extremadamente dependiente de la utilización del lenguaje. La comunicación tiene una importancia primordial en la evolución humana, pero puede ser todavía más esencial en el desarrollo del nivel de conciencia conceptual.

El lenguaje es algo más que una serie de sonidos identificando a los objetos y los fenómenos, ya que proporciona un esquema de organización fundamental para comprender la forma de cómo funcionan las cosas. Por eso, debemos tener en cuenta que la rigidez de algunos modelos educativos o conceptuales puede producir rigidez en el niño durante su  crecimiento.

En nuestra sociedad existe una extraordinaria diversidad de sistemas de creencias de base, organizados según distintas directrices, ya sean religiosas, políticas o económicas que tienen su manifestación en un tipo de lenguaje.

El nivel intelectual se manifiesta en la especulación, la suposición, la conceptualización, el análisis, la síntesis, la evaluación, la definición… En este nivel se forman los conceptos lógicos, se estructuran las imágenes de razonamiento, se conciben los sistemas organizados y se definen los valores comparables. Es el mundo de la ciencia moderna y de la tecnología.

5. Juicio social

Nuestro nivel de conciencia intelectual crea la base para el establecimiento de las relaciones sociales. El deseo de formar parte de un grupo social más amplio es un carácter humano fundamental. Pensemos en la infinidad de grupos, asociaciones, clubs… en los que se comparten afinidades. Del mismo modo, la creatividad humana se estimula a través de las relaciones sociales.

El nivel social de la conciencia implica la capacidad del individuo de formar parte de un grupo en la sociedad. Es en esta etapa cuando el individuo comienza verdaderamente a desarrollar todo su potencial. Los problemas como armonía y paz, ética y moral, equilibrio en el poder y la economía, estarían en este nivel.

6. Juicio ideológico

El juicio ideológico nos lleva más cerca de la esencia de nuestra propia realidad. Abarca las relaciones recíprocas del ser humano con el medio ambiente. El verdadero desarrollo ideológico es una tentativa para descubrir el Orden de la Naturaleza. En esta etapa de evolución de la conciencia está la comprensión de la génesis de nuestra especie, el reconocimiento de nuestra dependencia del exterior y una profunda empatía por la humanidad.

¿Qué es la vida? ¿De dónde hemos venido? ¿Adónde iremos? ¿Cuál es el propósito de nuestra vida? ¿Quiénes somos? Todas las religiones tradicionales, doctrinas y enseñanzas, comienzan en este nivel ideológico.

7. Juicio comprensivo

Esta etapa no es enteramente distinta de las precedentes, es la progresión natural de cada una de ellas. El juicio comprensivo corresponde a la descripción del ser humano iluminado o sabio que encontramos en las sociedades primitivas.

Vemos cómo:

    • la información sensorial es apreciada en profundidad
    • la emoción es sentida pero no utilizada como base de juicio
    • los conceptos son utilizados selectivamente, sin rigidez
    • las relaciones sociales son maximizadas y cultivadas
    • la ideología es estudiada y desarrollada
    • la existencia es simple y libre

En la consecución de esta evolución hay una clave esencial que es la alimentación.

Hay un lugar del cuerpo que pone en evidencia de una forma importante nuestra conexión con el mundo que nos rodea, y que presenta una sensibilidad extrema a las alteraciones del proceso natural: nuestros intestinos.

Nuestro más íntimo contacto con el ambiente es la mucosa intestinal. Lo que comemos se convierte en nosotros mismos. Existe un continuum entre los elementos nutritivos de los intestinos y nuestra propia sangre. La mucosa intestinal es una zona fronteriza donde lo que somos y en lo que nos vamos a convertir, se confunden en una extraordinaria intimidad.

El cerebro y el sistema nervioso son partes integrantes del organismo, considerado como un todo relacionado. De hecho, el cerebro consume mucha más sangre y oxígeno que cualquier otro órgano del cuerpo y es el más sensible a los cambios, aunque sean ínfimos, de la calidad de la sangre.

En la Medicina Oriental se comprende muy bien la conexión íntima que existe entre el funcionamiento de los intestinos y el cerebro.

Cuando comemos alimentos desnaturalizados, contaminados, muertos, acidificantes, etc., nuestra estructura celular se altera y también lo hace nuestra percepción de lo que somos y de lo que queremos ser.

Consecuentemente la finalidad existencial se difumina y el individuo no distingue entre tener y ser. Aspira a tener más bienes materiales, más poder, éxito, fama, etc., a cambio de cualquier cosa, de modo que la guía de la vida es “el fin justifica los medios”.

Los grandes maestros de la filosofía oriental entre los que citaremos a Georges Osawa y a Michio Kushi, nos enseñan a comprender el poder del alimento en la evolución espiritual.

¡Haced la experiencia, vale la pena!

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