Alergia por alimentos

Es de todos conocido el enorme incremento que han experimentado las enfermedades alérgicas en las últimas décadas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que hacia el 2050 aproximadamente la mitad de la población mundial padecerá por lo menos un trastorno alérgico.

Las alergias representan un conjunto de alteraciones de carácter respiratorio, cutáneo o digestivo que se producen cuando el sistema inmune responde de forma exagerada frente a la presencia de sustancias ambientales que en condiciones normales no causan esas alteraciones.

¿Qué produce las alergias?

Cualquier sustancia que entre en contacto con nuestro organismo, tanto por vía digestiva, a través de la piel o de las mucosas puede producir una reacción alérgica. La alergia se manifiesta como una inflamación producida por la liberación de histamina, sobre todo a nivel de las mucosas y está causada por un debilitamiento del sistema inmune.

Teniendo en cuenta que nuestra respuesta inmunitaria tiene que ver en gran parte con lo que sucede a nivel intestinal, cuidar nuestra alimentación es la mejor manera de mejorar nuestra respuesta inmunológica.

En muchas ocasiones, la sensibilización frente a proteínas altamente inmunogénicas presentes en los alimentos o en los productos de su digestión, en lugar de producir manifestaciones alérgicas circunscritas al tracto gastrointestinal suele provocar reacciones alérgicas como urticaria, angioedema, y anafilaxia sistémica, así como dermatitis atópica y asma; es decir, manifestaciones en la piel y en las vías respiratorias.

La primera aproximación médica en estos casos es el tratamiento de los síntomas, tanto con medicamentos químicos como con remedios biológicos. Si somos capaces de averiguar el origen podemos hacer una medicina causal y conseguir la curación definitiva de la enfermedad.

El desarrollo del sistema inmune

Las reacciones alérgicas por alérgenos alimentarios son más frecuentes en los niños y muy infrecuentes en los adultos.

Vamos a ver que es durante la vida embrionaria y en la primera infancia cuando se crea el terreno que favorece las reacciones alérgicas.

A lo largo de los nueve meses de embarazo, el feto recibe los alimentos y los anticuerpos de la madre a través de la placenta.

Ya en la vida intrauterina puede haber una sobreestimulación antigénica a través de la alimentación de la madre, provocando una hipersensibilización que muchas veces se observa en los bebés recién nacidos, en forma de dermatitis atópica.

Pero incluso después del nacimiento el bebé es muy vulnerable ya que nace en una fase de desarrollo incompleta, sólo el 23 % del cerebro está desarrollado, su aparato digestivo únicamente puede digerir la leche materna y su sistema inmune no se ha desarrollado todavía.

La lactancia materna es la forma natural de proveer defensas al bebé mientras madura su sistema inmune, y la aparición de los dientes es un indicador de la maduración de los órganos internos que va a permitir la introducción de los alimentos sólidos.

Cuando el bebé ha completado la dentición de leche su sistema inmune ya ha madurado por lo que ya no sería necesaria la leche materna.

La mucosa intestinal tiene una superficie de entre 400 y 600 m2 y está formada por una capa monocelular que se reconstruye por completo cada dos días.

En los niños pequeños, esta mucosa es particularmente permeable por el grado incipiente de desarrollo y cuando no amamantamos y damos leches de fórmula, pasan a la sangre sustancias potencialmente tóxicas presentes en la luz intestinal.

Introducir alimentos sólidos cuando no hay suficiente maduración de los órganos digestivos favorece el llamado “síndrome del intestino agujereado”, es decir el aumento de la permeabilidad intestinal.

Debemos saber que la primera línea de defensa inmunitaria está en la mucosa intestinal, en segundo lugar, en el hígado y en tercer lugar en las membranas celulares de los tejidos del cuerpo.

Factores que influyen en la anormal permeabilidad de la mucosa intestinal:

  • Carencia de ácido cis-linoleico activo, es decir de ácidos grasos omega 3. Son unos nutrientes esenciales que forman parte de las membranas celulares. La leche materna es rica en omega 3 y cubre de forma adecuada las necesidades del bebé. Por el contrario, la leche de vaca maternizada debe ser suplementada, pero ignoramos si el ácido linoleico que se añade es biológicamente activo o está desnaturalizado en su forma trans.
  • El exceso de grasas saturadas en la dieta porque impiden la correcta absorción del ácido linoleico (omega 3).
  • La introducción demasiado temprana de alimentos que el bebé no puede digerir, por falta de maduración de los órganos digestivos: caseína, gluten, frutas crudas…

Factores que influyen en el debilitamiento del sistema inmune:

  • Alto poder antigénico de las proteínas lácteas y en particular de la caseína, que, al no metabolizarse correctamente, «irritan» a nuestro sistema inmunitario.
  • Alta concentración de productos químico-agroalimentarios, como nitratos, fosfatos, pesticidas, etc.
  • Alta concentración de hormonas, antibióticos y otros medicamentos suministrados a las vacas.
  • Efecto de la manipulación de la leche: pasteurización, uperización esterilización, etc.
  • Alta concentración de aditivos en forma de conservantes colorantes, antioxidantes.
  • Consumo de carne de cerdo. A causa del contenido en histamina, es responsable de favorecer la puesta en marcha de procesos inflamatorios y urticariantes, como se ha observado en el laboratorio y en clínica tales como: apendicitis, colecistopatías, flebitis, flujo vaginal o leucorrea en las mujeres, abscesos y flemones, así como enfermedades cutáneas del tipo: eczemas, dermatitis, forunculosis, urticaria, neurodermatitis y otras dermatosis.

Muchas veces, la primera carne que damos al niño es jamón de York. No sabemos qué propaganda de los años 50 nos dejó la idea de que el jamón dulce es alimento para enfermos y para niños.

A esta lista añadiríamos el efecto de fuerte estimulación antigénica de las vacunaciones, los medicamentos y de los contaminantes industriales,

Teniendo en cuenta que en la actualidad el amamantamiento ha decaído de una forma espectacular y que el consumo de productos lácteos está aumentando de una forma alarmante, entendemos que la incidencia de las alergias tanto alimenticias, respiratorias o cutáneas sea cada vez mayor.

Ahora ya podemos contemplar al alérgeno como «la gota que derrama el vaso». De modo que, aunque el paciente tolere bien la leche o sus derivados, si es alérgico a cualquier producto: polen, níquel, ácaros, frutos secos, legumbres, pescados… es imprescindible suprimir los productos lácteos de la dieta a la vez que incluimos alimentos regeneradores de la mucosa intestinal.

La dieta antialérgica

Debemos tomar alimentos naturales sin procesar, es decir aquellos que se producen en la naturaleza, tanto en el reino animal como en el vegetal y que no han sido transformados por la industria alimentaria. Los alimentos animales no deben ser nunca más del 25 % del volumen total ingerido.

Así, excluiremos de nuestra dieta los «comestibles»: todo aquello que es elaborado, manipulado y fabricado para que pueda ser comido: embutidos, chocolate, caldos de verduras, croquetas congeladas, etc.

Debemos tomar alimentos integrales, particularmente los cereales. Cuando se refinan los cereales se pierden la mayor parte de los nutrientes esenciales como son las vitaminas, los minerales y en el caso que nos ocupa, los ácidos grasos poliinsaturadas presentes en el germen.

El trigo sin ir más lejos está reputado de ser alergénico, pero ese trigo del que se habla es la harina refinada, desprovista de todos los elementos protectores.

Debemos consumir alimentos ecológicos, porque además de tener una mayor concentración de nutrientes, están desprovistos de los peligrosos residuos de la química agroalimentaria (abonos, pesticidas…).

ESC para cerrar

error: Contenido protegido.