El síndrome postvacacional

Ya hace unos años que al final del verano los medios de comunicación dedican un tiempo a hablar del síndrome post vacacional: un estado de malestar, tanto psíquico como físico, que se produce por una falta de adaptación a la vida activa en el trabajo, a la vuelta de las vacaciones.

El síndrome post vacacional es más frecuente entre los jóvenes y los síntomas van desde cansancio, somnolencia, dolores musculares, falta de capacidad de concentración, hasta irritabilidad, nerviosismo, etcétera.

Oficialmente no está reconocido como una enfermedad, pero se sabe que las personas que lo padecen pueden tener una patología silente de base. Es decir, un estado de salud pleno tendría como manifestación, la adaptabilidad. Si además en las vacaciones hemos desconectado, descansado, disfrutado y hemos cargado las pilas, lo esperado sería volver al trabajo con energías renovadas y más vitalidad… más ganas, en una palabra.

El que el SPV no esté tipificado como enfermedad significa que antes no existía, por eso tenemos que pensar que es fruto de la forma moderna de vivir. De hecho, los expertos lo relacionan con cierto estilo de vida y con la forma moderna de comer y beber.

¿Qué comemos en vacaciones?

Como para algunos las vacaciones representan no hacer nada, incluso ni la comida, muchas veces ese período vacacional nos lleva a comer más desordenadamente, así como a tomar más bebidas azucaradas y/o alcohólicas, helados, cafés con hielo, etc.

La calidad energética de los alimentos que se toman fuera de casa no suele ser la adecuada para el mantenimiento de la salud, de hecho, en los bares no hay oferta de alimentos ecológicos y mucho menos croquetas de mijo. En la actualidad hay muchos bares y restaurantes en los que ya no se cocina lo que se vende, simplemente se recalientan los alimentos ultra procesados por la industria alimentaria.

Por otra parte, cuando se nos ofrece comida barata, debemos pensar que para que el establecimiento gane dinero, la calidad de los alimentos no puede ser buena, con toda seguridad. Es cuando muchos te dicen: “me sale más barato irme de vacaciones que lo que me gasto en comer cuando estoy en casa”.

Otra pista sobre lo que se come fuera de casa es que después de una semana comiendo en el buffet del hotel, estamos desando volver a casa a tomar nuestra comida casera cotidiana.

¿Disfrutar y divertirme me debilita y me cansa?

Como consecuencia de ese cambio de hábitos, en las vacaciones a pesar de estar descansando de la actividad laboral, lejos de cargar las pilas, estamos favoreciendo la bajada de las defensas y disminuyendo la resistencia frente al desafío de enfrentarnos al trabajo diario, en suma, nos debilitamos tanto, que a la vuelta no tenemos la energía necesaria para retomar la vida normal.

Los alimentos que más nos debilitan son los más consumidos en verano: horchatas refrescos, sangrías, cervezas… precisamente son los que nos aflojan, nos permiten desconectar y liberar tensiones.  Cuanto más desbalanceada haya sido la dieta hacia el consumo de alimentos yin durante las vacaciones, más importante será el síndrome postvacacional que vayamos a padecer.

¿Qué podemos hacer?

La prevención está, no tanto en hacer vacaciones fraccionadas o en empezar a trabajar poco a poco, sino en dosificar la cantidad de alimentos debilitadores para no volver de las vacaciones agotados.

A la vuelta, si nos sentimos un poco flojos, podemos recurrir al antídoto del cansancio y la debilidad, el té kukicha con kuzu y umeboshi e ir retomando unos hábitos alimenticios más equilibrados y, si es necesario, podemos complementar nuestro plan de recuperación con un pack de complementos alimenticios adecuados para el cansancio, la astenia y la debilidad.

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