La libertad de vacunación I

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¡Vacunar o no vacunar, ésta es la cuestión!

Vacunar es una decisión personal e intransferible de los padres. Antes de decidir tenemos que valorar los riesgos reales de las enfermedades vacunables, la necesidad de la vacunación, sus beneficios personales y sociales, así como los riesgos que conlleva su aplicación y las alternativas posibles.

Vacunar es inocular elementos microbianos o virales de toxicidad atenuada, con el fin de provocar una enfermedad ligera y en principio benigna e inaparente, susceptible, por reacción defensiva del organismo, de proteger a éste contra un ataque ulterior de la enfermedad. En ese caso se habla de inmunización.

No vacunar a los niños trasciende el hecho físico en sí. Significa, ante todo, una responsabilidad que asumen los padres frente a sus hijos y la sociedad. Implica una actitud de toma de conciencia en lo relativo a los hábitos de vida, alimentación y entorno.

Por otro lado, vacunar supone también un ejercicio de responsabilidad por los problemas que pueden aflorar como consecuencia de la hiperestimulación del sistema inmune, todavía inmaduro, en etapas tan tempranas en los niños.

Cuando los padres se plantean vacunar o no a sus hijos, deberían estar lo suficientemente informados tanto de los riesgos que conllevan el desarrollo de determinadas enfermedades como de las secuelas y efectos secundarios de las vacunas.

Aunque es a los médicos a quiénes les corresponde ofrecer la información adecuada acerca de las distintas vacunas y de los posibles riesgos de éstas, en la práctica no lo hacen, más bien al contrario: se obliga y o asusta a los padres que se cuestionan la vacunación.

Según las leyes vigentes las vacunaciones son voluntarias, excepto en el caso de situaciones sanitarias anormales, pero en la práctica se obliga a los padres a vacunar infundiendo miedo en la práctica totalidad de los casos.

Las vacunaciones no dan una protección completa frente a la enfermedad, de ahí que no sólo exige por parte de los padres una actitud responsable el hecho de no vacunar a sus hijos, sino también la decisión de vacunar.

No se debería juzgar ni culpabilizar a los padres informados que deciden no vacunar a sus hijos por considerar superiores los riesgos a los beneficios. La comunidad científica sabe que los vacunados también pueden padecer la enfermedad, ser portadores e infectar a los no vacunados. Ninguna vacunación protege el 100%.

Se afirma que las vacunaciones modulan al sistema inmunitario, pero lo que pasa exactamente escapa a las posibilidades del análisis científico actual ya que no se hace un seguimiento riguroso de los efectos adversos de éstas. Son particularmente desconocidas las reacciones a largo plazo, puesto que su existencia es difícil de probar estadísticamente, ya que, como decimos, no se hacen registros a nivel oficial. De modo que las llamadas lesiones mínimas y sus consecuencias no se incluyen generalmente en los estudios estadísticos de incidencia de efectos adversos de las vacunas.

Las vacunas se deberían estudiar de forma individual y valorar el riesgo/beneficio de su aplicación en cada caso. De este modo las vacunas para enfermedades benignas podrían ser cuestionadas. Así mismo se valoraría la administración de las vacunas en situaciones específicas de riesgo. Debe ser prioritario seleccionar y vacunar con criterio.

No todos los individuos tienen la misma tendencia a enfermar, quien determina la susceptibilidad individual es el terreno, definido como el equilibrio homeostático del medio interno. Este viene determinado por el grado de acidez/alcalinidad, el nivel de oxidación la concentración de electrolitos y la relación Na/K. Por eso, no todas las personas que están en contacto con agentes infecciosos desarrollan la enfermedad.

Es curioso descubrir que muchas vacunas se introdujeron cuando las epidemias habían disminuido de forma sensible como consecuencia de la mejora en las condiciones de higiene y hábitos de vida.

Composición de las vacunas

Una vacuna puede definirse como un fármaco biológico constituido por dos elementos principales: una sustancia antigénica y otra conservante.

La sustancia antigénica está compuesta por virus vivos atenuados, como en la vacuna triple vírica y en la de la polio, bacterias o anatoxoides como en la vacuna DTP (difteria, tétanos, tosferina), o material antigénico elaborado sintéticamente en otras.

La sustancia conservante y/o esterilizante puede ser un antibiótico como el sulfato de neomicina, kanamicina o nistatina, un compuesto químico como el hidróxido de aluminio, antisépticos mercuriales o betapropiolactona, ésta última retirada del mercado por su actividad cancerígena.

Las vacunas son medicamentos con riesgos para la salud tanto inmediatos como a largo plazo, aunque existe la creencia de que las carecen de efectos secundarios.

Muchos de los efectos secundarios de las vacunas, como las atopias y reacciones anafilácticas, pueden estar producidos por estas sustancias.

A continuación hacemos un repaso de las enfermedades que aparecen incluidas en el calendario de vacunación infantil y sus respectivas vacunas.

Sarampión

El sarampión es una enfermedad benigna de tipo eruptivo.

Las complicaciones más frecuentes pueden ser laringitis, otitis o neumonía y en casos excepcionales encefalitis.

La justificación de la vacuna reside en la prevención de la encefalitis. Pero, curiosamente, la encefalitis es la principal complicación o efecto no deseado de la vacuna.

Paperas

La parotiditis, comúnmente conocida como paperas, es una inflamación de la glándula parótida, la mayor de las glándulas salivares.

Se trata de nuevo de una enfermedad benigna que comporta el riesgo muy poco frecuente de inflamación de los testículos en los niños (orquitis), o de una meningitis.

Continuará en el post: la libertad de vacunación II

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