
El aceite de palma, en los últimos meses, está en la boca de todos. La alarma creada en torno a su efecto nocivo es de tal magnitud, que varias cadenas de supermercados van a prescindir de este tipo de aceite en sus productos de marca blanca.
Es un ingrediente que está presente exclusivamente en los alimentos procesados, escondido bajo el nombre de grasas vegetales, aceite vegetal o estearina.
Existe la idea de que las grasas vegetales son buenas y las animales malas, por eso el etiquetado grasa vegetal no nos produce inquietud, sino más bien lo contrario. Las primeras se componen de ácidos grasos insaturados, que son esenciales, y las segundas contienen elevadas cantidades de ácidos grasos saturados, que son los que favorecen los problemas cardiovasculares.
Pero en este caso, a pesar de que la palma es un vegetal, su aceite tiene una elevada cantidad de ácido palmítico que es altamente saturado. Esto por sí sólo ya nos debería disuadir de consumirlo, pero a este hecho se suman las altas temperaturas que se utilizan para refinarlo que producen sustancias potencialmente cancerígenas y las que se utilizan durante la elaboración de las galletas, pastelitos, chips, etc., que lo contienen.
Ahora se está demonizando al aceite de palma, como ya se ha hecho en el
pasado con el azúcar. Pero la mejor garantía de salud es dejar de pensar en los
nutrientes y redescubrir lo verdaderos alimentos, los que no llevan etiqueta:
los cereales, las legumbres, las verduras y frutas, las semillas, etc., es
decir: los que no están procesados por la industria alimentaria.